Y este hecho hace que las historias del origen sean muy incompletas e inclusive diferentes, según distintos autores.
Igualmente esto no es raro, ya que hasta los griegos, cuya historia es mucho mejor conocida y conservada, tienen mitos que poseen varias versiones.
Teniendo en cuenta todo esto, hablemos de los tehuelches.
La cosmovision del origen
Al principio solo existían dos cosas: Kóoch, la deidad principal de los tehuelches, que siempre estuvo y una oscuridad absoluta que no dejaba que las cosas existiesen.
Kóoch, que vivía envuelto en las tinieblas, dotado de las emociones humanas, se sentía abrumado por una gran soledad, y por ello lloró desconsoladamente durante mucho tiempo.
Sus copiosas lágrimas crearon el mar primordial, Arrok.
Un día, en medio del mar que sus lágrimas habían creado, Kóoch quiso contemplar su obra y vio que la luz no era suficiente. Enojado, levantó su brazo y rasgó de lado a lado el velo de la penumbra y encendió así una gran chispa de fuego: Kóoch había creado el Sol al que llamó Kéenyenken, cuya calidez al entrar en contacto con las aguas, creó las nubes y el viento, que empezó a jugar con ellas corriéndolas por todo el cielo, con su risa alocada creo el trueno (katrú) y ellas, que lo amenazaban con la mirada, crearon el relámpago (lüfke).
Aquí hay una pequeña variación: Algunos dicen que al observar el mar recién creado, un suspiro suyo creó el viento (Xoshem). Este viento apartó las aguas de la tierra y se crearon la tierra firme y las numerosas islas.
Para disminuir la oscuridad de la noche creó a Kéenguenkon, la mujer-luna, que devino en un ser maligno y poderoso que, por ejemplo, podía poseer a algunos animales para que atacaran a los hombres que hablaban mal de ella.
Kóoch creó al Sol y la Luna de manera que cuando el Sol estaba sobre el horizonte, la Luna no, y viceversa. De esa manera las tinieblas eran dispersadas siempre.
Al pasar el tiempo, las nubes contaron al Sol de la existencia de la Luna, y a ella del Sol. Tanto insistieron que Kéenyenken decidió salir un rato antes, y conoció a la Luna. Tanto estuvieron en contacto que se enamoraron, y de su amor nació Karr o Karro, la estrella vespertina (Venus), a quien su madre regaló el dominio de las mareas.
Cuando Kóoch separó las aguas de las tierras surgieron los dos océanos, uno hacia el naciente y otro hacia el poniente (el Atlántico y el Pacífico). En el Atlántico creó una isla habitada por gigantes, uno de los cuales era Nosjthej, quien sería el padre de El-lal, a quién los Tehuelches le atribuyen la creación de su pueblo.
Como casi todos los pueblos de Sudamerica, tenian una importancia superior la Cruz del Sur (la huella del Choique) y las Pléyades.
Los pueblos más al norte desarrollaron la Cruz Cuadrada o Chakana.
En el Sur se usaba para saber en qué fecha del año estaban. Era un ritual donde el Chaman determinaba la fecha dependiendo de la posición heliaca de la Cruz.
Al principio solo existían dos cosas: Kóoch, la deidad principal de los tehuelches, que siempre estuvo y una oscuridad absoluta que no dejaba que las cosas existiesen.
Kóoch, que vivía envuelto en las tinieblas, dotado de las emociones humanas, se sentía abrumado por una gran soledad, y por ello lloró desconsoladamente durante mucho tiempo.
Sus copiosas lágrimas crearon el mar primordial, Arrok.
Un día, en medio del mar que sus lágrimas habían creado, Kóoch quiso contemplar su obra y vio que la luz no era suficiente. Enojado, levantó su brazo y rasgó de lado a lado el velo de la penumbra y encendió así una gran chispa de fuego: Kóoch había creado el Sol al que llamó Kéenyenken, cuya calidez al entrar en contacto con las aguas, creó las nubes y el viento, que empezó a jugar con ellas corriéndolas por todo el cielo, con su risa alocada creo el trueno (katrú) y ellas, que lo amenazaban con la mirada, crearon el relámpago (lüfke).
Aquí hay una pequeña variación: Algunos dicen que al observar el mar recién creado, un suspiro suyo creó el viento (Xoshem). Este viento apartó las aguas de la tierra y se crearon la tierra firme y las numerosas islas.
Para disminuir la oscuridad de la noche creó a Kéenguenkon, la mujer-luna, que devino en un ser maligno y poderoso que, por ejemplo, podía poseer a algunos animales para que atacaran a los hombres que hablaban mal de ella.
Kóoch creó al Sol y la Luna de manera que cuando el Sol estaba sobre el horizonte, la Luna no, y viceversa. De esa manera las tinieblas eran dispersadas siempre.
Al pasar el tiempo, las nubes contaron al Sol de la existencia de la Luna, y a ella del Sol. Tanto insistieron que Kéenyenken decidió salir un rato antes, y conoció a la Luna. Tanto estuvieron en contacto que se enamoraron, y de su amor nació Karr o Karro, la estrella vespertina (Venus), a quien su madre regaló el dominio de las mareas.
Cuando Kóoch separó las aguas de las tierras surgieron los dos océanos, uno hacia el naciente y otro hacia el poniente (el Atlántico y el Pacífico). En el Atlántico creó una isla habitada por gigantes, uno de los cuales era Nosjthej, quien sería el padre de El-lal, a quién los Tehuelches le atribuyen la creación de su pueblo.
Como casi todos los pueblos de Sudamerica, tenian una importancia superior la Cruz del Sur (la huella del Choique) y las Pléyades.
Los pueblos más al norte desarrollaron la Cruz Cuadrada o Chakana.
En el Sur se usaba para saber en qué fecha del año estaban. Era un ritual donde el Chaman determinaba la fecha dependiendo de la posición heliaca de la Cruz.
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