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viernes, 6 de enero de 2023

La estrella de Belén

Hay muchos escritos sobre la estrella de Belén. Que tocan el tema de variadas maneras. Pero un escrito particular que leí hace muchos años, resume todo lo interesante para escribir. El autor? El genial Isaac Assimov.
 
Extraído del libro “La estrella de Belén y otros ensayos científicos”.
Cualquiera que lea con regularidad mis escritos conoce perfectamente mis opiniones y sentimientos respecto a todos los temas. Sin embargo, por si alguna persona se pregunta sobre mi actitud hacia la religión, debo declarar que soy un librepensador. En particular, dado que este artículo aparecerá durante las Navidades, quiero explicar que no acepto como científicas las historias navideñas que relatan los Evangelios. Por lo que concierne a su valor teológico, o a su simbolismo alegórico, o a cualquier aspecto similar, no tengo nada que decir; no soy teólogo. Pero no los acepto como descripciones de la verdad literal, no más de lo que acepto el «Génesis 1».

Mi creencia personal es que los relatos de la natividad fueron inventados después del hecho, y que en muchos sentidos siguen la tradición de las narraciones navideñas que fueron reproducidas copiando a los anteriores líderes legendarios (o no tan legendarios) que fundaron naciones o religiones: Sargón de Acad, Moisés, Rómulo y Remo, etc., etc.

El más antiguo de los cuatro Evangelios, el de «Marcos», no incluye en absoluto ningún relato de la natividad, sino que empieza con el bautismo de Jesús. Y el Evangelio más posterior en el tiempo, el de «Juan», no relata ninguna natividad humana porque Jesús, en cierta forma, había superado eso por aquel entonces. En lugar de ello, trata a Jesús como manifestación de Dios y con sus mismas cualidades eternas.

Todo esto nos deja con dos Evangelios de una época intermedia, los de «Mateo» y «Lucas»; ambos narran la natividad…, pero en forma distinta. Estos dos evangelios no coinciden siquiera en un punto; todo lo contenido en un relato de la natividad falta en el otro. Así, el relato sobre la estrella que brilló coincidiendo con el nacimiento de Jesús sólo puede encontrarse en el «Evangelio de San Mateo» y no está recogido en forma alguna en el de «San Lucas».

De hecho, tal estrella no se menciona en ningún otro lugar del Nuevo Testamento que no sea la primera parte del segundo capítulo del evangelio de San Mateo. Todas las referencias a esta estrella se encuentran en cinco versículos, y ésta es su versión autorizada: «Mateo 2:1»: Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea por los días del rey Herodes, he aquí que unos magos desde el oriente se presentaron en Jerusalén. «Mateo 2:2»: Diciendo: «¿Dónde está él que ha nacido, rey de los judíos? Porque vimos su estrella en oriente, y vinimos a adorarle». Esto llama la atención del rey Herodes, que no desea que exista ningún pretendiente al trono y que, como es lógico, no ve con buenos ojos a ningún supuesto Mesías que suscite revoluciones. Reúne a sus consejeros y, después, manda a llamar a los magos. «Mateo 2:7»: Entonces, Herodes, llamando en secreto a los magos, averiguó con precisión de ellos el tiempo de la aparición de la estrella. A continuación, Herodes ordena a los magos que encuentren al niño y se lo hagan saber. «Mateo 2:9»: Y ellos, oyendo esto al rey, se pusieron en camino; y he aquí que la estrella que vieron en el oriente los guiaba por delante hasta que, llegando, se detuvo en el lugar en que estaba el niño. «Mateo 2:10»: Y al ver la estrella se alegraron con extraordinario gozo.

Dado que esta estrella relucía sobre el lugar de nacimiento de Jesús en Belén (o dondequiera que fuese, porque el relato del pesebre sólo es referido por «Lucas»), se la denomina normalmente como «La Estrella de Belén».

La Estrella de Belén es uno de los pocos temas bíblicos que parece ser de naturaleza astronómica y, por consiguiente, ha sido causa de numerosas especulaciones, siempre desde el punto de vista astronómico. Y, para ser sincero, a mí también me gusta especular con la Estrella de Belén, por lo que me gustaría presentar a los lectores nada menos que nueve alternativas.

Por ejemplo (alternativa 1), podría suceder que la Estrella de Belén no se adecuara a ninguna explicación astronómica y que se tratara en realidad de algo fuera del alcance de la razón. Podría representar un «misterio» (en el sentido religioso de la palabra) que los seres humanos son incapaces de comprender sin inspiración divina. Es posible que sólo en el cielo pueda desvelarse el misterio. 


Y en tal caso, claro, no hay razón para especular. No podemos hacer otra cosa que no sea esperar la inspiración o entrar en el cielo y, ¡ay!, ninguna de esas dos cosas es probable que me suceda.

También podría ser (alternativa 2) que la Estrella de Belén carezca de explicación, no por razones teológicas, sino simplemente porque sea una invención piadosa por parte del autor del Evangelio. Esto no quiere decir que sea una mentira deliberada o un intento consciente de embaucar. El relato de la estrella pudo ser algo vago, una de las indicaciones simbólicas del nacimiento de la divinidad, igual que las voces y aureolas angélicas, y el autor lo utilizó como detalle apropiado y digno.

Recuerden que Mateo, probablemente, redactó su Evangelio algún tiempo después de la destrucción del Templo, en el 70 d. C.; en otras palabras, tres cuartos de siglo después de nacer Jesús. No existían archivos del pasado en el sentido moderno y tan sólo pudo reunir relatos vagos. Quizá había algunas fábulas sobre cierto fenómeno de naturaleza estelar que se había producido alrededor de la época del nacimiento de Jesús, y Mateo pensó que era adecuado incluirlas. Podemos preguntarnos por qué Mateo quedó impresionado por los relatos de la estrella que había oído y quiso incluirlos, en tanto que Lucas no. De hecho, podemos proponer una razón lógica. A partir de la evidencia objetiva, puede argumentarse que Lucas era un gentil, y narraba el Evangelio a gentiles, mientras que Mateo era un judío que hacía lo propio con los judíos. Es natural, pues, que Mateo presentara tantos detalles como le fuera posible, corroborando cierta profecía del «Antiguo Testamento» o algo similar, ya que con esto impresionaría a su audiencia judía. De vez en cuando cita los versículos del «Antiguo Testamento» que contienen la profecía, pero hasta cuando no lo hace podríamos encontrarlos nosotros mismos. Por ejemplo, el «Antiguo Testamento» narra en una ocasión que Balaam, en la época que las tribus israelitas se preparaban al este del Jordán para invadir Canaán, hace la profecía siguiente: «Números 24:17»: Lo veo, mas no ahora; lo diviso, pero no de cerca: ha salido una estrella de Jacob, y ha surgido un cetro de Israel; y ha quebrado las sienes de Moab y el cráneo de todos los hijos de Seth. Es muy probable que este versículo fuera escrito en los tiempos del Reino de Judea y que fuera incluido como parte de las palabras del legendario sabio Balaam (En la antigüedad, era normal atribuir frases a las bocas de los viejos ilustres). Se supone que cuando dice «lo veo» se refiere al rey David, que derrotó a Moab y conquistó todos los reinos vecinos. Es por este versículo que se llama «Estrella de David» a los dos triángulos equiláteros entrelazados. Tras la destrucción del reino de Judá y el final de la dinastía de David, el versículo sufrió una nueva interpretación. Se supuso que hacía referencia a un futuro rey de la dinastía de David, el Mesías («el ungido», una palabra muy usada por los judíos para referirse a un rey). Como es lógico, Mateo lo aceptó así y pensó que una estrella sería una asociación muy conveniente con el nacimiento del Mesías. Además, existe un pasaje de «Isaías» que describe una futura utopía. Un versículo dice: «Isaías 60:3»: Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora. Es una referencia a la Israel ideal que debe surgir en el futuro, pero es fácil transferir dicha referencia al Mesías, y las palabras «luz» y «resplandor de tu aurora» pueden aludir a una estrella. La palabra «naciones» podría tomarse como una alusión a los magos de oriente. Tal fue el influjo del versículo de Isaías, aludiendo a «reyes» y «naciones» (paganas), que surgió la leyenda de que los tres magos eran reyes con el nombre de Melchor, Gaspar y Baltasar. En tiempos medievales, se supuso que existían reliquias de los tres en la catedral de Colonia, por lo que llegó a llamárseles «Los tres reyes de Colonia». Claro está, todo esto no tiene nada que ver con la «Biblia», que no los llama reyes y que ni siquiera dice que fueran tres. ¿Pero y si Mateo basó el relato de la estrella en alguna leyenda en boga en la época en que se escribía el Evangelio? ¿Y si la leyenda reflejó algo que había sucedido realmente?

Podemos suponer (alternativa 3) que, fuera lo que fuese la estrella, se trataba de un objeto milagroso y no de algo que pudiera comprenderse en el proceso de los acontecimientos o por cualquier persona. En realidad, pudo ocurrir que tan sólo los magos la hubieran visto y que la hubieran utilizado como guía milagrosa. Después de llegar hasta el niño Jesús y permanecer sobre él, desapareció. Podemos reforzar esto señalando que Herodes, debiendo de estar muy interesado en cualquier señal que indicara el nacimiento de un rival para su trono, no sabía nada acerca de la estrella y tuvo que preguntar a los magos.

Pero si la estrella es un milagro creado para una sola misión y vista únicamente por las personas que debían verla, es imposible seguir investigando. Así que pasemos a otras alternativas. Supongamos que la estrella no fuera milagrosa sino real, y que cualquier persona pudo verla. Ésta, con toda certeza, es la suposición que adopta la mayoría de la gente cuando analizan lo que pudo haber sido la Estrella de Belén. Sin embargo, en todas las alternativas que surjan de esta suposición debemos olvidar que la estrella guiara a los magos y que se detuviera sobre Jesús. Esto es francamente milagroso, y debemos omitirlo en una explicación racional. Nos limitaremos a imaginar que apareció algo en el cielo, en apariencia para anunciar el nacimiento de un Mesías, y nada más. Pero aquí nos es de gran utilidad el hecho de que el término «estrella» gozaba de un significado mucho más amplio para los antiguos que para nosotros. Por ejemplo, no consideramos como estrellas a los planetas y cometas, pero los antiguos los denominaban «estrellas errantes» y «estrellas imperfectas», respectivamente. Para los antiguos, todo objeto celeste era una estrella. Busquemos, pues, uno de estos objetos en la forma más amplia posible.

Por ejemplo, el fenómeno celeste al que Mateo aludió como estrella pudo haber sido en realidad (alternativa 4) un sutil hecho astronómico, por completo real, pero que tan sólo los especialistas en la materia pudieron advertir. Los magos podrían considerarse perfectamente como expertos en la materia. El término empleado por Mateo es traducción de la palabra griega «magoi», que procede, a su vez, de «magus», el nombre dado por los antiguos persas a los sacerdotes de Zoroastro. Para griegos y romanos, el término hacía referencia a cualquier místico oriental. Para los romanos, «magus» (plural «magi») llegó a significar «hechicero», y nuestros modernos términos «mágico» y «mago» descienden del «magus» persa. Como es natural, las personas que más debieron interesarse por los fenómenos celestes fueron los astrólogos, y éstos se adaptarían al calificativo de magos. Babilonia fue un antiguo centro de la astronomía, por lo que es probable que los magos hubieran sido astrólogos de aquella región, situada al este de Judea. ¿Y qué pudieron observar los astrólogos que fuera evidente y auténtico para ellos, pero imposible de ver para las demás personas? Es importante para los astrólogos la posición del Sol en la época del equinoccio de primavera. Esta posición siempre está comprendida en el Zodíaco, pero no está determinada. Cambia con lentitud de una a otra de las doce constelaciones del Zodíaco, empleando unos dos mil años en atravesar por completo una constelación. En la época del equinoccio de primavera, y durante los dos mil años que precedieron al nacimiento de Jesús, el Sol se encontraba en la Constelación de Aries. Pero en aquel momento estaba más o menos a punto de trasladarse a la Constelación de Piscis.


Esto constituiría un acontecimiento vital para los astrólogos y es factible que se pensara que representaba algún trastorno básico en la historia humana. Puesto que los judíos de aquella época no cesaban de hablar sobre la llegada de un Mesías, que fundaría una nueva Jerusalén y daría nuevas perspectivas a la historia del hombre (como en el pasaje de «Isaías»), los astrólogos pudieron llegar a la conclusión de que estaban a punto de presenciar el hecho y, por consiguiente, es posible que se trasladaran a Judea para investigar el asunto. En relación con esto, es muy interesante que los cristianos primitivos emplearan un pez como símbolo secreto del Mesías. La explicación habitual es que las letras de la palabra griega que significaba «pez», siguiendo su orden, eran las iniciales de una frase griega que, traducida, quiere decir «Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador». Pero también es posible que el pez se refiriera a Piscis, al que se había trasladado entonces el equinoccio de primavera. Con todo, este punto del equinoccio de primavera no está claro, es sólo una suposición. A decir verdad, podría ser que Mateo, que no era astrólogo, comprendiera erróneamente de qué se trataba todo el asunto. Pero no podemos saberlo. Si admitimos que Mateo estaba en lo cierto y que la estrella era un fenómeno evidente, ¿qué pensar, entonces?

En tal caso, la estrella pudo haber sido un cometa (alternativa 5). Los cometas se presentan en forma irregular e imposible de predecir (por lo menos para los antiguos) y siguen un movimiento errático a través del firmamento. Se da la circunstancia de que el más famoso de todos, el cometa Halley, fue visible en el año 11 a. C., es decir, siete años antes de la fecha tradicional de la natividad de Jesús. Pero tal fecha no se apoya en bases sólidas. 


Y sin embargo, el cometa de Halley es algo muy perceptible. Todo el mundo puede ver los cometas y, por lo general, fueron asociados a futuros acontecimientos que iban a conmover al mundo. Si los magos llegaron de oriente hablando de una estrella que representaba el nacimiento de un Mesías, todo el mundo habría sabido al momento a qué se referían, y Herodes no se habría visto obligado a preguntarlo. 

Puede ponerse esta misma objeción, aunque con menos fuerza, a la presencia de una supernova en el firmamento (alternativa 6), brillando esplendorosamente en una posición que hasta entonces no había ocupado ninguna otra estrella y, por tanto, indicando algo nuevo y prodigioso. Tal vez no fuera tan llamativa como un cometa, por lo menos para la gente normal, pero es improbable que no provocara comentarios, y no poseemos ningún dato histórico respecto a una estrella supernova que apareciera en aquella época, ni vestigio alguno en el firmamento de nuestros días de que pudiera haber sido así .

Si no se trataba de un cometa o una supernova, la estrella pudo haber sido una referencia al objeto que, por lo general, más brilla en el cielo, después del Sol y la Luna: el planeta Venus (alternativa 7). Sin embargo, esto parece ser en extremo improbable, aunque algunas personas opinan lo contrario. Después de todo, Venus es un astro común en el cielo, y no hay motivo lógico para pensar que en una época represente algo especial y en otra no. Lo mismo puede decirse, con mucha más razón, de cualquier otro planeta o estrella visible en el firmamento.

¿Y si hubiera sido un meteorito incandescente? (alternativa 8). Se trata de un fenómeno limitado, por lo que tiene ventajas sobre un cometa, una supernova o un planeta. Se localiza en la atmósfera más externa y sólo puede ser visto en una zona muy estrecha de la superficie terrestre. Tal vez los magos vieron la «estrella» en oriente, tal como anunciaron, en el firmamento de su tierra babilónica. En ninguna otra parte habría sido visible y, menos todavía, en Judea. Así se explicaría por qué Herodes tuvo que investigar el hecho. 



El problema radica en cómo un simple meteorito pudo asombrar por su excepcionalidad a los astrólogos e indicarles la llegada de un Mesías. Es indudable que en la transparente atmósfera de Babilonia podrían contemplarse meteoritos todas las noches. Por muy especial que éste fuera, ¿qué importancia tenía? Si el meteorito ya hubiera alcanzado la Tierra, los magos habrían quedado más impresionados, suponiendo que presenciaran la caída y descubierto el meteorito. Entonces, ¿por qué no se refirieron a que algo había caído del cielo? Hemos examinado ya todos los fenómenos celestes que podrían explicar la aparición de la estrella; las mismas estrellas, los planetas, cometas y meteoritos. ¿Qué es lo que falta?

Quizá no se trataba de un simple objeto celeste, sino de varios, una serie poco común que llamaría la atención de los astrólogos y que tendría algún significado para ellos (alternativa 9). Los únicos objetos celestes que cambian regularmente su posición y que originan conjunciones llamativas en ocasiones, son los elementos del Sistema Solar. De ellos, podemos descartar cometas y meteoritos, puesto que los primeros son impresionantes de por sí y no necesitan presentarse en grupo, y los segundos se desplazan demasiado rápidamente y son visibles durante tan poco tiempo que no pueden formar agrupaciones definidas. Podemos descartar el Sol, ya que apaga todo lo que está a su alrededor y no se combina con otro objeto en forma visible, y también la Luna, puesto que hace invisible a cualquier otro objeto con el que pudiera entrar en conjunción. Nos quedan los cinco planetas visibles: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. A veces dos o más de estos planetas brillan en el cielo muy cerca entre sí, y muy a menudo forman una combinación sorprendente. 

Por un error del Stellarium marca un año menos.

Tal situación no es en ninguna forma desacostumbrada y, según Sinnott, entre los años 12 a. C. y 7 d. C. hubo como mínimo doscientas ocasiones en las que dos planetas estuvieron muy cerca uno del otro en el cielo y otras veinte ocasiones en las que ocurrió lo mismo con más de dos planetas. Esto nos da un promedio aproximado de una vez por mes, y tengo la impresión de que tales sucesos no asombrarían a los astrólogos, a menos que se tratara de algo muy anormal, digno de atención, importante en el campo astrológico o, en el caso más favorable, de una mezcla de las tres cosas. Clarifiquemos algunos conceptos. Los dos planetas más brillantes son Venus y Júpiter. La conjunción más esplendorosa será, por tanto, la que formen estos dos últimos cuando coinciden en el cielo, y en especial cuando se encuentren a la suficiente distancia del Sol como para que puedan ser vistos en el cielo nocturno. Una combinación de este tipo se produjo en las horas anteriores al amanecer del 12 de agosto del año 3 a. C. En el momento de máxima proximidad, los dos planetas estaban separados tan sólo por doce minutos de arco, es decir, dos quintos del diámetro aparente de la Luna. 


Otra conjunción similar, pero mucho más sorprendente, tuvo lugar tras la puesta del sol del día 17 de junio del año 2 a. C. Venus y Júpiter estuvieron aún más próximos en esta ocasión y, en el punto de máxima cercanía, los separaban sólo tres minutos de arco, una décima parte del diámetro de la luna llena. Con una aproximación tan grande, sería difícil vislumbrar los planetas como dos puntos de luz distintos. Lo que es más, desde Babilonia se debió de ver los dos planetas acercándose mutuamente de forma constante, mientras se hundían en el horizonte occidental. En realidad, alcanzaron la separación mínima a las diez de la noche, hora de Babilonia, cuando se ponían. Podemos imaginar que los astrólogos que observaban el firmamento verían los dos planetas unirse aparentemente mientras llegaban a un punto del horizonte situado en dirección a Judea. ¿Se vio realmente aquella «estrella» anormal en la dirección de Judea, tanto como para que pensaran en un Mesías? Bien, hay más datos. La «Biblia» atribuye a Jacob una importante profecía mesiánica, cuando se encontraba a punto de morir. Jacob habla en forma algo mística a cada uno de sus hijos, y esto se interpreta como una alusión al futuro de las respectivas tribus. Por lo que respecta a Judá (de la que David, y por consiguiente Jesús, descendían), dijo: «Génesis 49:9»: ¡Eres cachorro de león, Judá! ¡De la presa has subido, oh hijo mío! Se ha agazapado, se ha echado cual león, y como una leona; ¿quién le hará levantar? «Génesis 49:10»: No se retirará el cetro de Judá ni la bengala de entre sus pies hasta que venga Shiloh, a quien pertenece y al cual corresponde la obediencia de los pueblos. El versículo 9 indica que el león era el símbolo totémico de la tribu de Judá (aún seguimos refiriéndonos al «león de Judá»). En cuanto al versículo 10, existe una gran polémica en torno al significado de Shiloh. Shiloh era el nombre de una población en la que existió un importante templo antes de los tiempos del Reino de Judá y que fue destruida un siglo antes de la época de David. El versículo tendría muy poco sentido en tal caso, y podría tratarse de un error del copista. Sin embargo, puede objetarse que el texto alude a la restauración del destruido templo de Shiloh. Y de aquí, análogamente, que se refiera al renacimiento de la destruida dinastía de David y, por tanto, al Mesías. Este versículo se considera, en general, una profecía mesiánica. Pero resulta que una de las Constelaciones del Zodíaco es Leo. Los astrólogos pudieron suponer con toda facilidad que Leo representa a Judá y a la Casa de David. Hay una referencia a una «bengala de entre sus pies», y entre las patas delanteras de la Constelación de Leo (según la representación convencional de la era antigua) se encontraba su estrella más brillante, Régulus (palabra latina que significa «joven rey»). Por consiguiente, podemos suponer que Régulus, en particular, representaba al Mesías (para los astrólogos). Pero la cuestión es que las combinaciones Venus-Júpiter de los años 3 a. C. y 2 a. C. se produjeron en la Constelación de Leo, cada una de ellas a distinto lado de Régulus. En los dos casos, la fusión aparente de los planetas tuvo lugar a tres grados de Régulus, lo bastante cerca como para impresionar a los astrólogos. De forma que nos encontramos con una simple «estrella» anormal que aparece en el horizonte de Judea, próxima a la estrella que es símbolo del Mesías. ¿No es lógico pensar que los astrólogos partieran al momento hacia Judea para investigar, aunque sólo hubiera sido para comprobar sus propias conclusiones? 

Naturalmente, ambas conjunciones se produjeron en los meses de verano y de ningún modo en la época del nacimiento de Jesús, pero esto no tiene importancia. La fecha del 25 de diciembre no tiene garantía bíblica y fue escogida en los tiempos del cristianismo primitivo simplemente para competir con la fiesta de Mitra, que se celebraba aquel día, y para aprovechar la tradición, ya muy sentada, del regocijo general cuando llegaba el solsticio de invierno. Además, tanto Mateo como Lucas sitúan el nacimiento de Jesús en la época de Herodes, y dicho monarca murió en el año 4 a. C. O sea que Jesús no pudo nacer después de ese año y, como mínimo, debía de tener dos años de edad en la época de la segunda y más llamativa conjunción. Pero el hecho de que Jesús naciera precisamente en el momento de dicha conjunción pudo haber sido una reforma posterior de la historia. Debo admitir que estoy tentado a creer la alternativa 9, dado su atractivo…, pero no haré tal cosa. En el año 2 a. C. la astronomía no estaba muy avanzada, y aunque los astrólogos babilonios advirtieran la conjunción, dudo que estuvieran tan versados en los detalles de las escrituras y leyendas de los judíos como para atribuir al hecho una importancia mesiánica. 

No, todo el relato no es más que una explicación ingeniosa elaborada a posteriori. De forma que perseveraré en mi escepticismo y colocaré la Estrella de Belén en la misma categoría que la partición del Mar Rojo, el caminar sobre el agua y todos los demás milagros de la «Biblia». Son simples relatos fantásticos que podríamos despreciar como naderías si no fuera por el hecho de que son nuestros relatos fantásticos, los que nos enseñaron a venerar cuando éramos jóvenes impresionables.

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